lunes, 5 de julio de 2010
Para llegar tuve que andar en un barco vacío durante muchas horas, más de 500, y era tan difícil, me mantuve tan ocupado, el suelo se movía tanto, que en un momento miré para arriba y me di cuenta de que hacía rato que las nubes estaban quietas y marrones, los pájaros quietos, y arriba también había unas hormigas quietas. Yo ya sabía que esas cosas pasan pero creía que iba a tener que vivir más tiempo, ser más tirano y más épico, vivir más años de los que tenía, por lo menos 500, ser más viejo y más egoísta, esas cosas que siempre me decían las mujeres. Yo había sido tierno por obligación, entonces me contradecía todo el tiempo, igual que pasa con los grupos de muchas personas que con el paso del tiempo van dándose forma mutuamente a sus gestos por conveniencia. Yo era uno de esos grupos de personas, con todos los correspondientes lugares comunes que sostienen y hacen posible una supervivencia de este tipo y con todas las sensaciones honestas reprimidas que pierden la timidez solamente en los momentos de crisis, un ridículo. Cuando llegué a la orilla lo primero que hice fue ir al bar, hacía 500 horas que no hablaba con nadie y necesitaba un poco de discusión. En seguida todos se dan cuenta de que no soy un chino cualquiera, primero por mi acento y después por cosas que me gusta decir. Comí un plato de fideos sin salsa y tomé unas cervezas horribles, sin gusto.
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