El escritor llegó unos minutos tarde al dojo y no se animó a tocar el timbre.
lunes, 5 de julio de 2010
Lo más anecdótico del escritor que me interesa es su ausencia de manos. A los seis años tuvo un accidente. Como a esa edad ya escribía algunos relatos cortos, el escritor conoce perfectamente el proceso de escritura en papel, e incluso alguna vez tuvo oportunidad de utilizar una máquina. Ahora redacta sus novelas y sus pocos poemas que permanecerán inéditos gracias a un software capaz de reconocer la voz de su dueño. Sin embargo, el escritor que me interesa (a partir de ahora lo voy a llamar por su nombre) no pierde la conciencia, a veces verdaderamente dolorosa, de que sus textos serían otros si tuviera la posibilidad de escribir, como él quisiera, en varios cuadernos que fue comprando durante toda su vida y almacenando en distintos lugares. Toda su obra guarda un reverso casi conocido pero incapaz de evidenciarse por no encontrar (buscar sí, constantemente, pero no encontrar) la manera de salir de uno de los pliegues, de una de las contradicciones, que inevitablemente van generando las circunstancias.
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