Cuando empezaba a elegir qué ropa ponerse sonó el portero, ya era Vera. La verdad no tuvo que esperar tanto; fueron a un bar feo pero silencioso en la misma cuadra.
- Quiero que vayas al gimnasio conmigo.
- ¿Para qué?
- Que hagas natación. Está bueno.
- Pero hay que pagar como 300 mangos. Es una estupidez.
- Además así me caliento mirándote en los aparatos.
- Bueh. Algún día voy. ¿En qué andás?
- No, en nada, dando clases. ¿Estás laburando?
- Muy poco, a la mañana.
Vera es una mina linda, colorada, parece más jóven de lo que es. Hizo arquitectura, no terminó, se puso a dar clases de matemáticas y de un par de idiomas a la mañana y a la tarde pintaba cuadros muy chiquitos, 40x30 como máximo, abstractos onda Rothko. Vivía sin un mango generalmente pero más tranquila y alegre que cuando pensaba en hacer una carrera exitosa y todo eso.
- Me estoy cansando del invierno.
- ¿Cómo están con Esteban?
- Una época de mierda. Él está todo el día nervioso, se enoja, llora. Se le va a pasar rápido, pero me tiene podrida.
Comieron dos minutos en silencio, mirándose.
- ¿Sos feliz vos?
- No sé, no me doy cuenta.
- El otro día en un pool me dio un ataque de paranoia. Estuve seguro de que todos sabían todo. Que compartían un código que me excluye o que yo no entiendo. Me tuve que ir.
- ¿Qué será? ¿La abstinencia?
- No sé, creo que estoy neurasténico.
- No digás giladas. Che, ¿viste qué bajón lo del novio de Emi?
Y así. Osvaldo pensaba que Vera se aburría y viceversa, pero los dos la estaban pasando bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario