Una vez soñó que viajaba de noche en un tren raro. Viejo, marrón, con asientos de cuero y los vidrios de la ventana espejados. Durante el sueño tenía los párpados apretados, hasta que conseguía abrirlos y mirarse en la ventana, notando que no era ella sino un escritor sin manos. Se olvidó de ese sueño mientras tomaba un té de manzanilla.
lunes, 5 de julio de 2010
A los 27 años entendió que es de imbécil el intento de grabar con alguna dosis de esperanza moldes, modelos fijos, hacer a los tics de la carne de sus gestos sumisos a algún patrón estable. Porque, contrario a lo que le había gustado pensar siempre, el tiempo, que tiene cuerpo y es igual a ella, no está construído por una sucesión de imbéciles que se turnan para entrar y salir de su casa o de sus bares favoritos acorde a la época. El tiempo, su vida, su cuerpo, creyó, cosas tan impredecibles como el movimiento de una pupila, quiero decir, puro presente. Todos los modelos fijos tienen una tendencia al fracaso o a la superficialidad, que vienen a ser lo mismo. Las cosas importantes, las cosas lindas, son pura mutación, son antes mutación que existencia. Las primeras semanas de esta segunda mitad de su vida fueron angustiantes, pero con el tiempo empezó a tener la espalda cada vez más derecha y menos dolorida.
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