Apenas entró al cuarto pensó (es natural) que la habitación del hotel Asta estaba vacía y limpia, pero abrió el ropero y vio vestidos. Se vio como desde afuera (la ventana era enorme pero séptimo piso) de frente a un conjunto de vestidos de otra. Los olió: podía ser su olor para alguien que no la conociera. Se reconoció (era), se conoció oliendo esa ropa, hasta los gestos que los demás le conocen y ella no pudo como tocar oliendo eso. Soltó el bolso de mano (al pie de la cama) y caminó el resto del cuarto, el baño: todo limpio, desinfectado hasta. Cerraba: una muqui pajera que limpió así nomás y no miró el ropero que turbiamente quedó lleno. Ahora esto es mío.
Se me ocurre escribir una cosa policial, a la dueña de los vestidos la asesinaron o algo, pero mejor drama de “una mujer sola en un cuarto de hotel” como escrito apurado al tuntun del significante.
Agarró primero más vale que el vestido rojo y lo olió sólo. Como en espejo, pestañó. Caminó con el vestido apretado entre las manos hasta la ventana (invierno, el río, noche normal) y lo soltó. Cayó, rojo. Se puso contenta. Los tiró todos y prendió la tele. Después lloró. Después hizo unos llamados por teléfono, miró más tele y se durmió.
Cuánta felicidad: cosas nuevas que leer de Manu. Muero. ¿Y qué es eso del librito? ¡Yo lo quiero!
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