martes, 16 de septiembre de 2014



I
Apenas entró al cuarto pensó (es natural) que la habitación del hotel Asta estaba vacía y limpia, pero abrió el ropero y vio vestidos. Se vio como desde afuera (la ventana era enorme pero séptimo piso) de frente a un conjunto de vestidos de otra. Los olió: podía ser su olor para alguien que no la conociera. Se reconoció (era), se conoció oliendo esa ropa, hasta los gestos que los demás le conocen y ella no pudo como tocar oliendo eso. Soltó el bolso de mano (al pie de la cama) y caminó el resto del cuarto, el baño: todo limpio, desinfectado hasta. Cerraba: una muqui pajera limpió así nomás y no miró el ropero que turbiamente quedó lleno. Ahora esto es mío.
Se me ocurre escribir una cosa policial, a la dueña de los vestidos la asesinaron o algo, pero mejor drama de “una mujer sola en un cuarto de hotel” como escrito apurado al tuntún del significante.
Agarró primero más vale que el vestido rojo y lo olió sólo. Como en espejo, pestañó. Caminó con el vestido apretado entre las manos hasta la ventana (invierno, el río, noche normal) y lo soltó. Cayó, rojo. Se puso contenta. Los tiró todos y prendió la tele. Después lloró. Después hizo unos llamados por teléfono, miró más tele y se durmió.

II
Había manejado 14 horas sin descansar, cuando entraba al hotel se movía con la seguridad de una imbécil, y mientras se hundía en la cama repetía la misma musiquita que no se pudo sacar de la cabeza durante todo el viaje. Despertó a las cinco, la cabeza se le agrandaba y volvía a achicar. La ventana del cuarto estaba entreabierta: circulaba una línea de aire, algo frío. Jazmín se asomó: todo le interesaba, las luces de los autos, esporádicas, el remoto amanecer naranja, la posibilidad de ver minúsculo y silencioso algún animal cruzando esa ruta flaca y fea y devorada por pastizales. Quiso hacer un llamado y revolvió en la oscuridad su cartera hasta dar con el teléfono. Volvió a acostarse en la cama y a cerrar los ojos mientras esperaba que atiendan.
- Dijiste que ibas a dormir siempre en el auto. Cómo que no sabés cuánto hace que estás ahí.
- No me acuerdo, no me acuerdo nada. Ni si era de día o de noche cuando llegué.
- Tenés que seguir viajando ya.
- No jodas. Acá está todo bien. ¿Cómo está Jaz?
- Le dije que vas a volver pronto.
- ¿Porqué hiciste eso?
A veces cerraba los ojos para hablar y a veces los abría bien grandes, con fuerza. A veces cerraba los ojos para escuchar, a veces los abría. Era lo mismo, porque estaba en un cuarto oscuro.
- ¿Cómo está Jaz?
Estiró las piernas.
- ¿Duerme?
- Sí, duerme. Anoche volvió a dormir. En una hora tengo que despertarla. No la está pasando bien. Todavía nos equivocamos y le decimos Mili a veces. Es una locura y una estupidez cambiarle el nombre. No podés cambiarle el nombre a algo que amás.
Las dos mujeres quedaron en silencio. Las dos en construcciones antiguas, de techos altos, oscuras, con el sol del otoño tardío empezando a alumbrar. Las dos calladas sostenían teléfonos enormes y negros pegados a la oreja derecha, las dos pensaban sin parar y no abrían la boca, las dos mujeres quedaron mudas mirando la ventana, el drama de la luz, un pájaro grandote y torpe sacudiendo el cuello y las alas y cortando la ventana en dos.
- Prometeme que vas a seguir viajando.
- Tengo que dormir un poco más. Perdoname. No te quiero mentir.
- Está bien. Cuidate. Te quiero mucho. Todas te queremos mucho.
- Yo también las quiero.
Empezó a recorrer el cuarto: abrir cajones. En un ropero encontró un vestido colorado. Enorme, el vestido de una gorda. Lo agarró con las dos manos de dedos flacos y duros, lo retorció, lo olió: nada especial. En la calma tierna de ponerse a recordar otra vez se le pegaba esa musiquita. Llevó el vestido a la ventana y lo soltó: cayó, rojo. Pasaba un grupo de pájaros grandotes y torpes, parecía que les costaba volar.
Se ató el bolso y la cartera y bajó.
- Me voy, te dejo libre la doce. ¿Cuánto es?
- A ver.
Era un hotel, casi una casa, todo de madera vieja. La empleada buscaba en un cuaderno de hojas cuadriculadas y entraba el ruido de los pájaros, el ruido de los bichos, el ruido de unos árboles, que eran álamos.
- Acá dice que ya pagó el miércoles y que le queda una noche más.
- Tenés razón. Igual me voy. Te dejo esa noche de propina.
- Gracias... muchas gracias... perdone.
- ¿Qué?
- Usted es Jazmín Baggio, la bailarina, ¿no?
- Sí.
- Vi unos videos suyos bailando.
- Qué raro.
- Sí. Yo no entiendo nada pero me re gustaron.
La mujer se emocionó, caminó hasta el auto y arrancó de nuevo.

viernes, 25 de abril de 2014



Es probable que se vayan dando demasiadas repeticiones en mi manera de actuar, pero no sé qué sería de mi vida si no hubiera aprendido a amar las repeticiones. Cuando buscaba un placer diferente en cada bocado no era feliz. Ahora me abrazo con valentía y placer porque solamente mastico carne. Como me gusta jugosa, antes meto y saco durante dos o tres minutos el dedo en la vagina de la que haya comprado esa semana. Las trae el Rojo Esteban, el turro mantiene su proveedor en secreto, vive con miedo de que le saquen el negocio. Es el mejor, consigue lo mejor. Además, es el único. Sabe que me gustan de entre 16 y 19 años y doraditas. Cuando la carne está ya jugosa meto mi cuchara de bordes afilados y les como de a bocados grandes el sexo. Por suerte soy sordo y ni me entero de las quejas. A veces está invitado alguno de mis cuatro vecinos, somos una sociedad carnívora, solamente nos gusta la carne y con la carne lo único que hacemos es comer.
El intendente VMT se prostituyó hasta los doce, que se metió en política. Es un hombrecito desnutrido pero de huesos grandes, culón, tetón, de brazos flacos que se le vuelan y ojos clarísimos. Dada la demanda, a veces excesiva, por parte de los habitantes de esta especie de pueblo, se le fue desarmando el culo, que conoció buenos tiempos pero hoy es andrajos de trapo viejo que cuelgan. En épocas antiguas, cuando el Rojo no había perfeccionado el sistema de distribución, épocas flacas, usábamos el culo del intendente como carnicería. Pero hoy ya no sirve, no cuidó la temperatura y la materia prima se agusanó. Con la plata de la carne anal que nos vendía, VMT, que es un gran estadista financiero, construyó la plaza del pueblo.
También está Gurko, un cazador grandote que no habla. Tiene una ceja en lugar de bigote y dos bigotes en lugar de cejas, y la mirada de una hiena fea. Cuando quedan pocas chicas Gurko sale a cazar animalitos cuya especie casi nunca sabemos reconocer, a veces felinos que parecen roedores, a veces roedores que parecen felinos. Todo en Gurko convoca a quedarse callado, con la boca llena, y cagado de miedo.
El Rojo Esteban, un poco en chiste y un poco en serio, es Ministro de Asuntos Digestivos, pero amasó su fortuna con el tráfico de pibas. Tiene la espalda encorvada y no es tan feliz como el resto de nosotros.
El quinto vecino es una mezcla de todos y no tiene nombre. Una vez se quedó atrapado durante una semana en una de las trampas que pone Gurko para cazar ratitas. Cambió fuertemente su personalidad, ahora a veces se ríe. Nosotros no somos un grupo de gente que se ríe, así que lo fajamos. Una vez vio un ángel. Tengo que acordarme de contar eso. Tengo una idea, no, una idea no, una fe, es que mi silencio y tu silencio son diferentes, y se pueden sumar, cruzar, mi infinito y tu infinito son dos infinitos diferentes, y se pueden sumar, cruzar. En realidad sé que no se puede, pero creo que vale la pena hacer el intento. Por eso somos una sociedad y no un grupo de cinco carnívoros solitarios. Nuestras hambres están sumadas. Encontrar algo así es importante para cualquiera. Es un milagro habernos encontrado y organizado. Al principio nos fuimos encontrando de a partes, después de a uno, después el grupo. Yo siempre fui carnívoro, pero solamente en grupo ocurrió la ortodoxia que nos salvó a todos de nuestras vidas anteriores, dolorosas y aburridas.
De adolescente tenía que simular interés en cojer con las chiquitas, cuando lo único que me interesaba era comerlas. Mis genitales son mi aparato digestivo, como y cago donde los demás ubican esa práctica absurda y antiestética de meterla y sacarla. Para sentirme pleno tuve que encontrar el grupo, fundar el pueblo, sembrar un código. No es algo que pueda decir en voz alta, pero si no fuera por mí esto nunca hubiera resultado. De mí surgió nuestra economía. Tengo mucha plata, siempre la tuve, y sugerí al intendente cobrarme un impuesto para construir el pueblo. Soy el primer cliente de Esteban, Esteban fue prestamista de los otros dos, y así empezó a circular el dinero entre nosotros. Gracias a que había guita pudimos establecer afectos y temas de conversación.

Una vez leí un libro en el que hay una piedra de carne. Leer eso me hizo mal.

Tengo que hablar de Juan. Juan nos traicionó. Todos lo creímos uno de nosotros y nos traicionó. Nos vimos obligados a quemarlo. Como soy sordo a sus gritos en vez de escucharlos los saboree como si fueran la ostrita de una prepúber. Lo que resultaba hipnótico era la llama del escroto, una llamita brillante adentro de una llama opaca.

Aunque se que doy la impresión de que somos un poco monotemáticos, es grande la variedad de temas que nos preocupan. Son muchas las formas de la carne cuando uno profundiza, y muchas nuestras preocupaciones. Nuestra ambición máxima, el objetivo de los discípulos de nuestros discípulos, es una alquimia que convierta cualquier cosa en carne. Flores de carne, casas de carne, luz convertida en carne. Nunca va a ser como comerse una buena concha orgánica, pero solucionaría definitivamente la subsistencia de la comunidad. Bosques enteros de carne, con cascadas, cielos, animales hechos totalmente de carne de vagina joven.

Por mi problema auditivo no establezco relación alguna con las chicas que como, pero los vecinos les charlan bastante. A veces intentan convertirlas. Sería hermoso que una mujer se interese en participar de nuestra comunidad. Pero cuesta mucho trabajo conseguir que se relajen y nos quieran. Lo intentamos, pero ninguna nos quiere. Como mucho fingen querernos y después piden que las dejemos huir. La mujer generosa, que sepa dar sin recibir, tarde o temprano va a llegar y nos va a salvar del pecado, nos va a enseñar del amor, nos va a convertir en sabios capaces de hacer feliz a cualquiera con nuestra doctrina.

Soy el único autorizado a escribir, mi responsabilidad es transmitir nuestro amor y nuestros métodos a futuros interesados. Los demás tienen prohibida la escritura, porque escribirían mal. Por sordo, converso por escrito. Una vez una churrasquita de 17 años me entretuvo con un rato largo de charla. Su letra era prodigiosa, el movimiento de su mano sobre el papel era delicado, tierno, lleno de bondad. Primero escribía pedidos de piedad, pero, inteligente, se dio cuenta rápido de lo estúpido que es pedir algo así. Así que me empezó a hacer preguntas, le interesaba yo, mi pasado, mis ideas, y me sentí elogiado cuando noté que lo que empezaba como una estrategia de supervivencia se convertía en interés genuino. Sus preguntas eran acertadas, usaba la palabra justa. Cuando veo a mis vecinos charlar con la comida me parecen unos maricones, pero en este caso lo hice y fue agradable.

Hace creo que 9 años bajamos a la ciudad y pusimos carteles en los que abríamos la inscripción al grupo, dando una pista sobre como contactarnos. Con toda ilusión esperamos que se llene alguna de las cuatro vacantes disponibles. Admitimos que la difusión falló, pero no perdemos la esperanza de que algún día llegue algún interesado o interesada. Una vez que alguien pisa la montaña es fácil llegar a nuestro pueblo. Creo que el motivo por el cual escribo es la esperanza de que algún día una mujer, curiosa, lea esto y se acerque, invitarla a cenar. En general, lo que me importa de una historia reside en un solo instante. Cuando capture ese instante es que va a aparecer ella. El pueblo está en una montaña que hay en Buenos Aires, en Argentina, en el centro de la Capital Federal. Lógicamente el lugar de la montaña donde construimos fue elegido por VMT, sometido a la voluntad popular. Hicimos plaza, municipalidad, banco y una escuela que usamos de iglesia. Hay viviendas para nosotros y para los cuatro futuros nuevos vecinos. Llegamos tras una larga cabalgata de meses y meses, ayudados por una servidumbre que fue muriendo, unos hombres bastante mujeres a quienes comimos después de usar, caballos que fuimos comiendo, aterrizando a veces en pueblos cuyos habitantes dan ganas de llorar. Encontrar el lugar donde más cómodos nos sentimos fue una gran alegría y un gran abrazo. Por eso es doblemente meritoria la tarea de Esteban. Debe ser gracias a alguna magia que consigue chicas, tan alejados de todo. O puede existir un atajo a la ciudad grande. Pasé horas elaborando teorías, pero son todas muy delirantes. Cuando vimos el lugar donde debíamos construir el pueblo todos lo supimos, y Gurko largó un grito que no escuché pero me hizo pensar en papá y mamá. Lloré, estaba acompañado, en comunión con mis amigos y compañeros de viaje, con las aves y con la tierra. Nos dormimos y volvimos a despertar tantas veces.