Dale, por favor, le dije mordiéndole la uña del índice, si total ser policía es vestirse de policía, juguemos, le dije mirándolo al cuello, a que vos sos policía y venís a rescatarme del sapo, como en el cuento de Laiseca. Me disfrazo de gorda pedorra y hago un escándalo en el edificio, grito, les pongo a los viejitos las tetas en la cara, llamo mucho mucho la atención, si total ser gorda es vestirse de gorda. Cuando las mujeres estén a punto de tirarme por el balcón llegás, de azul y con gorrita, me esposás y me fajás, para que los viejitos tengan con qué soñar esa noche. Y lo miré fijo mirándole fijo el ojo derecho, que es el más calentón. Dijo sí justo en el momento en que empezó a salirnos todo mal.
Al otro día, para mi sorpresa, la joda se convirtió en realidad. Al despertarme a la mañana estaba convertida en una gorda pedorra. Primero me asusté, pero cuando con mis manos de ballena comilona empecé a sacudirme las tetazas decidí amar este cuerpo nuevo. En el sapo no pensaba hasta que a través de la ventana vi parte de su ojo inmenso. Quise picarlo con la escoba de paja y me habló:
- Putona.
Dijo. Le metí una teta en el ojo y el ojo se movió como el agua de un lago en el que cae una piedra. Su pupila se dilataba, posible señal de una pajita rápida, así que me asomé a ver. Vi esa pijaza afiladísima, llena de venas siniestras por las que circulaban su amor y su violencia, que cuando se mezclan se convierten en sangre. ¿Cómo vas a hacer para entrar, sapito mío? Putona. Y por la ventana entró su pie de pato, y después entró su pierna de grillo, y su cintura de pato, y su pecho peludo, y su cara de viejo forro. Tenía que encorvarse a pesar de que mis techos son altos. Putona. Qué sensación de irrealidad. Empecé a sacudir la panza haciendo la danza de los rollos. El empezó a meter mano. La pijaza, que nacía a la altura de mi nuca, pasaba del violeta al negro. Siempre doy lo que me piden, incluso a los que no saben qué me están pidiendo. Me empapé de la cabeza a los pies, y me abracé a esa poronga con brazos y piernas, y agarrada con todo el cuerpo seguí haciendo la danza de los rollos. La cabeza rosa parecía querer regurgitar, pero para que todavía no termine le clavé en su agujero mi estatuita de Buda, haciendo de tapón, dejando el semen adentro. De los ojos del sapo caía agua salada que usé de lubricante. Siendo tan gorda pensé que me pueden cojer por el ombligo. Pero con la del sapo no hay manera: nunca una pija me transmitió tanto dolor y tanta felicidad. Empezó, lentamente, a abrirse mi conchaza. Parecía el apocalipsis. Truenos, maremotos, nubes negras y rayos llevando la estaca de mi clítoris del sur al norte. Putona. El sapo abrió su boca y pegó sus labios faciales a los míos vaginales. Como la boca del sapo mide entre dos metros y medio y tres, calculo que con orgullo puedo decir que mi concha, bien dilatada, hace honores a la fisonomía de este titán de los monstruos. Sentía entrarme la lengua, especie de intestino helado que se enrollaba adentro mío buscando economizar espacio y asentándose en cuello hombros y tetas. Después, el resto del sapo también fue entrando. La cabezota, el larguísimo cuello, los brazos, el tronco, lo demás. Lo sentía jugar con mi hígado, enrollarse en mi corazón, cabalgar mis vísceras, y me sentía cambiar el alma, sentía mi espíritu y el del sapo bailar una conga a la altura de mi garganta, sentía mi parte metafísica amar como solamente puede amar un sapo. Me miré en el espejo. Ya no era más esa gorda: era la flaca de antes, pero con ojos verdes, verde sapo. Me miré más de una hora primero con miedo de enloquecer pero al rato entendiendo que esa sensación no es la locura, sino la libertad, una forma de libertad nueva para mí. Quedé desafinada.
Al rato llegó el otro boludo vestido de policía y supe que será mi obligación no contarle a nadie del sapo, llevarme el secreto a la tumba. El boludo vestido de policía se indignó porque yo ya no tenía ganas de hacer todo el teatro que habíamos planificado, y ni siquiera de cojer. Perdoname, le dije. Por favor perdoname, por favor andate de mi casa, y estiré la lengua cazando una mosca.