I
Antes de pensar ya había pensado. Y lo que creyó su pensar fue una brisa evitable. Él vive para esa brisa. Yo, cuando no estoy de humor, pienso que eso es la tontera. Pero la mañana siguiente respiro, nado, agradeciendo a esa brisa con la piel. La casa estaba vacía y cerrada. De su interior escuché ladridos con algo tormentoso. Me despabilé y me acerqué, pero con caminar lento. Al llegar abrí la puerta y Chasquido salió, con su lengua colgando. Caminamos juntos. Yo no sabía qué hacer de mí: había algo doloroso y exasperante en no poder escapar del ahora. Apoyé mi espalda, en toda su enormidad, toda su absoluta carne, en un árbol viejo. Y por el amor del árbol me fui olvidando del choque del agua contra la orilla mala.
II
Si me quedé callada fue al darme cuenta de que ninguna de las personas que me estaban acompañando era capaz de entender la relación entre el fuego y todo lo que el árbol acumuló del sol durante quién sabe, cien años, antes de convertirse en mi leña. Y la carne, sus posibles colores.
III
No existe plenitud sin espacio. No hay amor sin viaje, ni viaje sin tiempo. ¿Qué es el viaje? No sé. A los que viajan hasta acá los desafío, para viajar. Las líneas del pino desafían y viajan. Algo en la casa ladra. Antes de escribir ya había escrito. Se imposibilitaba el mundo, se imposibilitaba el fuego. El drama de las rocas siempre estuvo escrito.
IV
La comedia del tallo que interrumpe el barro. El chiste es que el tallo sufre por ser él mismo en un lugar así. Debería inventar personajes para que acepten mi escritura. La llegada de personajes a la casa, por decirlo así, confirma mi existencia y forma. La comedia del cuerpo que interrumpe el espíritu. Debería inventar formas que me digan que sigo existiendo. A veces veo en el color de la brisa que los años pasaron, y en esos años ninguna santidad: una familia atrás de otra mirando mi leña arder, bañándose en mi agua, juzgando mis flores. Y ni siquiera en la rajadura de las caídas de sol una forma que me diga aparecé, hablá, mostrá los dientes. Y yo estoy quebrada de amor y de odio.
V
Cuando un chico joven me presiente veo en su cuerpo la exaltación vigorosa cuya casa son la duda y el miedo. Cuando me intuye un viejo hay tristeza rocosa, resignación. Los bebés ven a Chasquido y se ríen o lloran. El deseo de estar en la orilla de en frente me arrastra a moverme confundida, a asustar.
VI
El cuerpo del hermano mayor me hace existir. Y para eso lo inventé. Y para eso lo siento a escribir. Todos huelen un poco de la brisa fina, todos se arriman a la orilla mala para mirar la orilla de en frente. ¿Sentirán mi nervio? Pero van a poder vivir sin mí y sin el nervio. Ya había pensado, ya había escrito lo pensado, pero sigue, y si sigue es por su insensibilidad al antes. Nada en mi río, sin conocer los siglos que pasaron antes de que yo me anime a sentarme en los escalones del muelle, mojándome los pies. Es mi eco, el hermano mayor es mi eco, como son mi eco mis palabras, como son su eco sus palabras.