jueves, 24 de mayo de 2012



Encontrar un tipo y ponerlo en un contexto. Eso decía entre 1986 y 1989 cuando me preguntaban de qué trabajo. Era un laburito entretenido y fácil, Sofi tenía menos de diez y todo iba para arriba. Más detalles mejor no dar, pero sí voy a decir que guardé guita como para no trabajar hasta 1995, cuando volvimos al país. Una vez soñé que me acostaba con una mujer blanca. Buena, bailarina. Me estoy escapando, decía mientras le hacía el culo, me estoy escapando y me voy a quedar sola, dejemos a nuestras hijas llevarse bien. Progresivamente mis manos iban desapareciendo, y el que se quedaba solo era yo.
Caminábamos con Sofi ya de noche por el camino de asfalto, hablando español para practicar, y descansamos en la estación de servicio. Había un chico sucio, de cara envejecida pero como Sofi. Comprele un sánguche y lo invité a sentarse. No hablaba, no habló los primeros 15 minutos y nosotros por respeto tampoco. La verdad me dio miedo. Vivíamos en una zona de bosque, de pájaros de varios colores, animales, pocas casas, un arroyo de agua de deshielo que era la que tomábamos y con la que se regaba y en la que nos bañábamos. Su voz era el mismo tiempo re normal y hermosísima. Preguntó quienes éramos, porqué vivimos ahí. Le conté la verdad. Siempre detesté a cualquiera capaz de mentirle a un chico. Tuve un trabajo deshonesto con el que me hice millonario, tuve una experiencia mística, una revelación, y decidí darle pureza a mi hija. Hice construir una cabaña al este, seguro que la viste, saliendo por la tercera bocacalle. Asintió con rapidez y sin sacar sus ojos de los míos. Hace cuatro meses. Asintió con rapidez. Así que regalé el resto de mi plata, regalé todo lo que no necesito, y voy a ser feliz. La mirada del pibe se metía como en otro lado, pero al mismo tiempo proyectaba entender mi relato con una madurez que me conmovió. Como si ya conociera mi biografía y estuviera solamente interesado en mis maneras. Nos (incluía a Sofi en la charla con docilidad, con educación) preguntó si hicimos la caminata en la montaña. Cuando dijo montaña pensé en la palabra montaría. No tuve tiempo, no tuvimos. Pero estamos ansiosos por hacerla, seguro que sí. Yo vivo en la casa sexta, dijo. La casa sexta queda a seis kilómetros de la estación de servicio. Sofi preguntó si lo podemos invitar a dormir. Podemos. Pudimos, claro.
¿Y qué hacías ahí? Su amigo se lastimó un hombro cayendo de un arbol. Todos los adultos estaban trabajando. Lo bajó al pueblo y lo dejó solo por miedo a que le echen la culpa, iba a pasar la noche en la estación de servicio y con los primeros rayos de sol seguir subiendo. Sofi estaba contenta por primera vez en mucho tiempo y me aterrorizó la idea de que pudiera enamorarse de ese pendejo siniestro. Ella no lo veía siniestro. Es increíble lo distinta que puede ser la visión del mismo mundo entre dos personas. En el camino de vuelta el bosque me pareció caleidoscópico, circular y peligroso. El vacilar crujiendo de los árboles, un ruido de madera vieja y quejosa, me daba a pensar que todos los árboles pueden caerse. Que la tierra a veces es insuficiente, que las raíces a veces están mal desarrolladas, o se enferman. El silencio de los chicos me daba a pensar en lo solo que estoy. El grito de los pájaros y animales nocturnos en lo indefensa que está Sofi, una nena criada con niñera en una casa de barrio rico, en esta vida nueva. Quiero que aprenda a defenderse, me justifiqué, pero sin estar seguro.

Ellos ya dormían y prendí el fuego. Quise calor. Estaba leyendo una novela policial sobre una caja dorada, a la que se compara con la caja de Pandora, que va pasando de mano en mano entre dos familias. La mañana siguiente Sofi me preguntó si se puede quedar unos días más. Tiene miedo de volver, lo van a castigar.
- Después va a seguir pidiendo.
- ¿No se puede quedar?
- Sus papás van a buscarlo.
- Él dice que no.
- Que se arregle solo. Que haga lo que quiera. Yo soy feliz.

El primer día fue gris, húmedo, de nubes pesadas y bajas. A la tarde escuché ruido de agua, después ruido de fuego. Me metí en la cocina y se estaba haciendo un café.

Al día siguiente lo miré de lejos, un rato largo a mediodía, cortar frutas. Sus muñecas son muñoncitos minúsculos y sus manos van a toda velocidad. Hace tres años que solamente leo a San Juan de la Cruz y la sección Policiales de todos los diarios, todos los días.

En la naturaleza el concepto de tiempo es absolutamente distinto que en la ciudad. Ya no tengo la sensación de apuro, hasta a veces me cuesta comprenderla. El viernes lo busqué por toda la casa y no estaba. Vino caminando a las seis de la tarde y no quiso contarme donde anduvo. A la mañana, yo me despierto tarde, a veces no está y a veces está quemando bichos cerca de la galería. A veces juega con Sofi, pero es raro.

Me preguntó si voy a exigirle plata por la estadía. Usó un tono como de secreto. Puedo hacer algún trabajo abajo, dijo. Lava su ropa, a veces cocina, limpia, ordena, lava los platos en todas las comidas. Es educado y bueno. De no ser así ya le hubiera pedido que se vaya. Hace asados. A veces viene a casa con alguna liebre o mulita. Cómo voy a pedirte dinero, le respondí. ¿Y tu amigo? ¿Qué amigo? El que se cayó del árbol y se lastimó el codo. Ah. Ya está bien hace rato. Está arriba.

Hoy lo vi nada más que para la hora del té. A veces llega a la noche cuando yo ya estoy en la cama. Sofi está enorme. Está empezando nuestro primer invierno acá.

Hoy talé una montaña de leña.

A veces lo cojería. A veces lo veo caminando con Sofi y lo mataría a patadas. A veces lo quiero atar al suelo y dejarlo, hasta que se lo terminen de comer los gusanos. A veces le chuparía el culo hasta pelárselo y llegar a la tripa del ombligo. Le veo esas piernitas de nena y lo cagaría cojiendo. O lo cortaría en partes, mirándole los ojitos inexpresivos y la boquita de muñeca. Me gustaría verlo de adentro, darlo vuelta. Vidrio usaría.

Ayer me senté y lo miré buscar insectos y meterlos en frascos durante tres horas. Sofi está estudiando geografía.

Hacía tres días que estaba desaparecido. Nos preocupamos, pensamos lo peor. Era media tarde y vimos su colchón creciendo; lo abrí con mi cuchillo. Adentro había una nena desnuda. Soy yo, nos dijo. Esto es lo que tengo de raro.

La piba me histeriquea. Es chiquita pero está bárbara. Se pasa el día jugando con cangrejitos que no sé de dónde saca. Habla mucho pero para adentro, balbuceando, y no se le entiende nada, a veces cuando llega del pueblo con las compras yo estoy tomando en el comedor y empieza a dejar las bolsas, los frascos, las latas, las frutas, las verduras, todo en su lugar en las distintas puntas y caminando lento, recorriendo lento, el espacio entero. Es un desperdicio que nadie más la vea: siempre descalza, con un pantalón corto rojo, marrón o rosa, el mismo que usaba antes o alguno de Sofi, y mueve muy despacio esos pies diminutos que mueven muy despacio esa cadera, esos huesitos en la cadera que como bailan abrazados. Me mira de reojo: si se da cuenta de que me doy cuenta camina derecho hasta mi silla y sin sacarme la mirada de encima me pide perdón. Perdón porqué, le pregunto. No quise mirarlo así, sin que usted se entere. Podés mirarme como quieras. ¿Como quiera puedo mirarlo? Habla lento; como sabe que su acento me resulta extraño se preocupa por enfatizar cada letra, cada consonante, con su modulación rarísima. ¿Como quiera puedo mirarlo? Como quieras. A usted lo voy a ir sacando despacito.

Sofi está celosa. Vos sos la más linda, le repito. Lo demás nace y muere, pero vos vas a ser siempre la más linda. La otra es una mielcita, morocha casi dorada, con las rodillas raspadas y dos ojos achinados que iluminan todo. Ojos distantes, deshonestos. Si se presta atención se nota que las tetitas le empiezan a crecer. A Sofi no, a Sofi espero que le falte mucho, porque me encanta así como está.

Cada vez que uno lee un libro ese libro cambia. A veces siento que mi vida anterior me maldijo del todo y para siempre, que nunca voy a poder sacarme el ruido. No es nada grave, son sensaciones, pero me ponen malo.

Vinieron los papás y armaron un escándalo. Lo creían ya muerto. Les dije yo lo tengo, pero vieron a la piba y no la quisieron. Se fueron contentos. Me pisotearon la huerta y quisieron quemar uno de los perros pero lo salvé con la pala.

Con el cambio de vida, con estar solo, me deshice de mi ego. Antes no hubiera aguantado vivir con una pendeja así sin destriparla a pijazos la primera tarde que el intimidarse de la luz me ponga melancólico. Pero ahora prefiero mirarla caminar lento y hacerla caminar más lento con la severidad de mi gesto. Y pajearme, obvio.

Me la comí viva a mordiscones. En una frase me la comí a mordiscones. Ahora Sofi está limpiando todas las manchas de la cocina, pálida, y yo tomando, feliz.