Ahora son las doce menos cuarto, diversas fuentes lo atestiguan, así que creo que es buen momento para ir al bar de Rolo y decirle que ayer, durante el almuerzo, tres chinos, con palos, le destrozaron el auto. Sé, porque conozco a Rolo desde hace más de un año, que va a echarme la culpa a mí, que en un primer momento no va a sentir enojo o no va a darse cuenta de que lo siente, pero progresivamente, a la velocidad que se calienta un gato tirado al sol, la sangre le va a ir subiendo a la cabeza, las manos va a tenerlas inquietas, va a apoyar los codos en la mesa de madera y, al pasar, como si nada tuviera que ver con nada, haciendo una pregunta inocente o contando una anécdota juguetona, va a nombrar a Marcia, sabe que eso me duele, y tratar de imaginarse cómo estará ella ahora, con quién vivirá, qué estará pensando. Yo puedo hacer dos cosas. Lo ideal sería ignorarlo. Pero voy a entristecerme y nombrar a Estela. A esto, y ya lo imagino, le veo los ojos, el punto blanco de los ojos ensuciándose, si es fiel a su pasado, a su carácter, va a responder preguntándome por Sabrina, y yo, de puro enredado mala leche que soy, voy a decirle que vi a Cony, el otro día, en Coto. Él va a sonreir y decirme
- Podemos quedarnos diciendo nombres de mujer, pero te invito a masacrar unos chinos.
Ese es el momento de la noche al que más miedo tengo. Soy xenófobo y creo en la lucha armada, nunca podría rechazar esa propuesta. Entonces, abrazando a Rolo con mi sonrisa, con mi mano en su hombro en señal de fraternidad, de amistad masculina, la única amistad posible, voy a caminar hasta la armería del bar, un baúl blanco que tiene todo lo que te podés imaginar. No sé de armas de fuego pero sí de cuchillos y voy a agarrar el de hoja más sexy y peinarme el jopo. La espalda se me llena de calor, quiero bailar, pero con este viento quién puede. Hay un poema chino que me hace sentir un samurái. Entonces, ya en la esquina del chino, golpeando las palmas voy a gritar y putear esperando que salga la familia para empezar por la más chiquita. Mientras hundo el filo en el tercer oloroso tengo en la cabeza la tapa de los diarios del día siguiente, o sea mañana. Gritos chinos llenos de terror. Sangre china, el invierno es perfecto, con suerte hasta una violación. Sería bueno que estos chinos del supermercado a los que damos tremenda paliza sean los mismos que rompieron el auto, pero todo no se puede. A las pocas horas el de 14 años, a quien decidí dejar vivo aunque gravemente herido en cuello y tobillos va a comenzar la organización de todo un ejército de inmigrantes amarillos, un grupo pseudo militar con estrategias de guerrilla, más de 500 olorosos con la convicción de perpetuar la venganza. La esperanza de tener una organización similar para declararles una guerra civil en defensa del argentinado xenófono me da cosquillas y sudor en las bolas al mismo tiempo. Veo miles de hombres dando sus vidas por la causa y la profundización del modelo, veo niños kamikazes, veo estrategias creativas para volar por los aires cada una de sus cédulas. Vamos a discutir con Rolo, él es más de la opinión de que la situación se nos fue de las manos. A mí la idea de un obelisco rojo de sangre china me conmueve. Esa idea se me ocurrió cojiendo con una menstruada.